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Convenciones de fin de semana: entre la ilusión de unidad y la realidad política

Por: Javier Franco Núñez

Este fin de semana, Honduras fue testigo de dos eventos que, en teoría, deberían haber marcado un hito en la cohesión política del país: la Gran Convención Nacional del Partido Nacional el sábado 24 de mayo y la Gran Convención Liberal el domingo 25.

Dos días de discursos, juramentos y promesas de unidad, pero, ¿qué es, en realidad, una convención de partido? Es un evento diseñado para elegir autoridades, definir plataformas y consolidar la maquinaria electoral, proyectando una imagen de fuerza y cohesión. Pero, ¿qué tan reales son esos propósitos cuando se enfrentan a la dinámica interna y las tensiones que existen en los partidos?

El sábado 24 de mayo de 2025, el Partido Nacional celebró su convención bajo el lema “Dios, Patria y Libertad”. Nasry “Tito” Asfura asumió oficialmente la presidencia del partido, se aprobaron reformas estatutarias y se definieron las candidaturas presidenciales para las elecciones generales de noviembre. Al día siguiente, el Partido Liberal organizó en San Pedro Sula su Convención Liberal “General Francisco Morazán”, donde Roberto Contreras fue juramentado como presidente del Consejo Central Ejecutivo y Salvador Nasralla fue proclamado como candidato presidencial.

Ambas convenciones fueron concebidas como vitrinas para mostrar fuerza, renovar estructuras y exhibir unidad. Pero más allá del decorado, surgen preguntas legítimas: ¿representan estas convenciones una verdadera unidad o solo una fachada temporal? ¿Las decisiones tomadas impactarán efectivamente en el rumbo político, o quedarán como formalidades burocráticas? ¿Son eventos que motivan a la militancia o se han convertido en rituales que repiten fórmulas sin mayor impacto? ¿Hay espacio para la participación auténtica y la democracia interna, o todo está previamente resuelto por las cúpulas? ¿Conectaron verdaderamente con la ciudadanía o se limitaron a los fieles del partido?

Sin embargo, más allá de las formalidades, hay un fenómeno que merece atención: una parte de la ciudadanía sigue esperando escuchar discursos mesiánicos. Esperan que, desde la tarima, emerja una figura que prometa salvación nacional, soluciones inmediatas y una transformación casi divina del país.

Pero en la política moderna, ese tipo de liderazgo ya no encaja. El líder mesiánico, que centraliza todo en su persona, que ofrece redención sin estructuras ni equipos sólidos, suele conducir a la frustración o al autoritarismo.

Hoy, lo que se necesita es otra cosa: un liderazgo que conecte, no que predique; que escuche, no que imponga; que construya gobernabilidad, no culto a la personalidad. Las convenciones no deberían ser vitrinas para alimentar egos ni para ensayar sermones de redención, sino espacios para mostrar que hay equipos, que hay dirección compartida y que las decisiones no dependen de un iluminado, sino de una estructura capaz.

El verdadero acto revolucionario hoy en política no es gritar promesas, sino hablar con la gente como iguales, con claridad, con humildad, y con un plan, sobre todo porque en medio de todo este escenario, no puede ignorarse el rol que jugaron, y siguen jugando, las redes sociales.

Durante el fin de semana, los algoritmos hicieron su propia convención: seleccionaron, amplificaron y distorsionaron fragmentos de discursos, fotos editadas, proclamas descontextualizadas y comentarios inflamados. La narrativa digital muchas veces superó a la realidad de los eventos, instalando percepciones antes de que los hechos terminaran.

En un entorno saturado de desinformación, las convenciones partidarias no solo compiten con otros partidos, sino con la velocidad con la que se construyen y destruyen reputaciones en línea. Así, lo que debía ser un momento de afirmación política se convirtió también en un campo de batalla simbólico, donde la verdad importa menos que la viralidad, y donde la unidad puede ser desmentida en un tuit.

Y al final del fin de semana, cuando se apagaron los micrófonos y los recintos quedaron en silencio, muchos se preguntaron qué fue lo que realmente quedó resonando en el corazón de la gente. ¿Conectó algo? ¿Llegó algún mensaje más allá de las banderas?

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