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Una generación entre el Estoicismo y el Escepticismo

Dr. Ignacio Alonzo

El Estoicismo es una filosofía nacida en el corazón de la Ciudad de Atenas en el Siglo III, antes de Cristo, con los filósofos Zenón de Citio, (336-264 a. C), Cleantes (331-232 a.C) y Crisipo 281-206 a.C).

Estos son los pioneros de este movimiento filosófico. Sin embargo, se distingue otro momento importante del Estoicismo y es la contribución que hiciera Seneca a través de sus escritos, las lecciones de Epicteto y las reflexiones del emperador Marco Aurelio. Seguido a los dos momentos anteriores, se destrancan los últimos, pero no menos significativos en la Edad Moderna, como ser: John Locke (1632-1704), Leibniz (1646-1716), Immanuel Kant (1724-1804) y Jacques Rousseau (1712-1778).

Es interesante que los Estoicos apuntalaron su filosofía en aspectos muy importantes como: la virtud como el ideal más grande que alguien puede alcanzar en términos de sabiduría, templanza, valentía y justicia, indiferencia hacia lo material y sensorial, la aceptación del destino, como una especie de aceptar el fatalismo, la autodisciplina y la autorregulación con el fin de alcanzar la felicidad, además, abogaban por el control de las emociones y aseguraban que las emociones negativas eran producto de las malas decisiones, sumado a lo anterior, el desapego a lo emocional a efecto de evitar el sufrimiento, y finalmente, se creían ciudadanos del mundo.

Entre tanto, el Escepticismo, pensamiento filosófico que data del Siglo IV, antes de Cristo, su fundador es el filósofo griego, Pirrón de Elide (360-272 a.C), su influencia ha sido a través de toda la historia pasada, reciente y actual. El Escepticismo se decantaba por dudar de todo, la suspensión del juicio, la búsqueda de la ataraxia a través de la ausencia de creencias firmes. Cómo podemos ver son dos pensamientos filosóficos bastante opuestos, por un lado, los Estoicos le apuestan al determinismo, al destino y a los designios divinos predestinados, y por el otro, el Escepticismo abraza la duda, la incredulidad y rechaza completamente las verdades dogmáticas cuestionándolo todo.

De lo anterior, se puede inferir que la situación actual de está presente generación, vive entre estos dos sistemas filosóficos, no es extraño, que la niñez, juventud y adultos del Siglo XXI, estén divididos entre lo sacro y lo profano, entre lo relativo y lo absoluto, entre certezas e incertidumbres, entre lo natural y lo extravagante, entre lo central y lo periférico.

Algunos se alarman por las conductas sobresalientes de nuestros días, pues solo se le han cambiado de nombre a los delitos y a las propias faltas a la moralidad y a las buenas costumbres. Las reacciones notables que observamos hoy desde la educación, familia, iglesia y la misma sociedad como agentes moralizadores, son de asombro, pero es lo que tenemos, se ha engavetado la ética y aflora la corrupción y se elogia a un relativismo total, se escucha que “nadie puede controlar lo que sucede en el exterior”, este es un pensamiento Estoico a absolutamente. Vivimos en el ocaso de la moral y el Derecho, hacemos acopio de la Ética de Situación y de El Estado de Necesidad, únicamente para justificar nuestras dudosas acciones.

Si hacemos un recuento de las formas de vida de nuestra aldea global, nos daremos cuenta que tanto el Estoicismo, como el Escepticismo han influenciado los sistemas éticos, jurídicos, morales, económicos, y religiosos ya por más de 2300 años y lo que va de este Siglo XXI. Todo mundo hoy anda buscando tranquilidad y paz, andar muy liviano, sin mucho compromiso, buscando atajos, inventado nuevos negocios no importa que sean sucios, turbios y aberrantes.

Entre más enredados estamos, creemos que mejor informados caminamos, ignorando que lo que estamos alcanzando es una generación enajenada, confundida y manipulada, viviendo el día a día, cundido de incertidumbres y sin sabores. Jóvenes aburridos, cansados, decepcionados, caminantes sin camino, un gran porcentaje de la población dependiendo de un fármaco psicotrópico, para poder dormir y levantarse al día siguiente sin esperanza, sin ganas y sin ninguna motivación para vivir. Esta es una generación que cree mucho en el destino, el fatalismo y el determinismo.

Hoy más que nunca debe revisarse los propósitos, las grandes virtudes, los metarrelatos y aprender a vivir de forma resiliente pero con honestidad, responsabilidad y retomar los principios que le dan sentido, fuerza, vida e ideales por alcanzar. Se debe trabajar con los párvulos, adolescentes, jóvenes y adultos de esta sociedad a efecto que vuelvan a creer en sí mismos, en las oportunidades, que siempre hay luces al final del túnel.

Debemos construir una nueva sociedad que tome lo positivo de cada escuela filosófica, para que las futuras generaciones, no se vean amenazadas a desaparecer por estilos de vida heredados desafortunadamente por estar construidos en arenas movedizas. Es momento de repensar y transformar esta sociedad que camina sin norte, que absolutiza lo relativo y relativiza lo absoluto.

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